Todas las fotógrafas nos hemos preguntado alguna vez: ¿va antes la vida o el arte? ¿Hago la foto o miro a la persona?
Hoy vengo a contaros la historia de esta fotografía y de su dilema.
Hace unos días, escuché a mi hija llorando en el comedor. Me acerqué y le pregunté si estaba bien. Necesitaba su tiempo. La abracé fuerte. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas y me pareció una imagen magnética: triste pero muy evocadora.
«¿Me das permiso para hacerte una foto?». Tenía que respetar su voluntad en un momento tan íntimo y (por suerte) me dijo que sí. Rápidamente pillé la cámara que tenía más a mano (una Lomo con un carrete curioso que impregna la imagen de un tono rojizo, el Redscale XR) y sin pensármelo dos veces: ¡CLIC!
Cuando revelé el carrete, se lo enseñé a mi hija.
-Me parece una foto preciosa, llena de fuerza y pureza -le dije.
-A mí no me gusta porque estoy triste…
-Pero la tristeza forma parte de tu vida y sin ella no sentirías la alegría. Todo el mundo pasa por momentos así y hay que aceptarlos y abrazarlos.
Hay situaciones en las que dudo si disparar la foto o no, pero creo que es bonito documentar la vida tal y como es, en sus momentos buenos y también en sus momentos malos.
¿Qué os transmite a vosotr@s la imágen? Os leo en los comentarios… y mi hija también.